El acoso sexual es aquella situación en que se produce cualquier comportamiento verbal o físico no deseado, de índole sexual, con el propósito de atentar contra la dignidad de una persona, en particular cuando se crea un entorno intimidatorio, humillante u ofensivo (Pérez, 2007). En la Pontificia Universidad Católica del Perú se realizó una encuesta a un grupo de mujeres menores de 29 años en la cual se apreció que al menos 7 de cada 10 de ellas afirmaron haber sido víctimas de acoso en zonas públicas. A continuación, explicaré cómo el machismo interiorizado en las victimas es un factor del acoso sexual callejero.
La interiorización de mandatos es originada por la influencia de la cultura patriarcal que aún prevalece en nuestro país. Esta consiste en un sistema en el que el hombre es presentado como la figura superior y de mayor autoridad en comparación con la mujer (McDowell, 2000). Los elementos de esta cultura son los que se entienden como mandatos sociales que, según Lavilla, son aquellas ideas que nos dijeron o escuchamos en la infancia y que asumimos como absolutas verdades. Desde pequeños, nos socializamos en contacto con mandatos sociales que conforman y marcan diferencias entre los hombres y las mujeres, los denominados mandatos de género. Algunos son comunes, aunque luego las formas en las que se interiorizan son diferentes en el hombre y la mujer: la pareja, la familia, los hijos. Estos valores se transmiten a través de la familia, instituciones o redes sociales. Durante el proceso de socialización, etapa en la que se aprenden, experimentan, aceptan o rechazan los estereotipos, la feminidad y la masculinidad se construyen en un contexto cultural y social que nos enseña a hombres y mujeres a lograr nuestros objetivos y a enfrentarnos a los problemas de forma distinta. Un ejemplo de estos mandatos es la diferencia en los roles de juego. A las niñas, desde pequeñas, se las incentiva a jugar a las muñecas o a la casita, mientras que a los niños se los motiva a jugar a los bomberos, policías y actividades profesionales (Molina, 2000).
Estos mandatos sociales derivados de una cultura patriarcal son normalizados por la mujer. Las sociedades crean representaciones de lo femenino que actúan como modelos ideales, que, a su vez inciden en la estructuración psíquica de la mujer. La mujer maltratada ha aprendido a ser dependiente, sumisa, callada, atenta a las necesidades de su pareja, ya que, si no, eso la conlleva a consecuencias no deseadas. Cualquier situación, por trivial que parezca, puede provocar una reacción exagerada y con violencia, que puede generar sorpresa e incredulidad en la mujer, dificultando su capacidad de respuesta y llevándola a la justificación. En la Pontificia Universidad Católica del Perú se realizó una encuesta a un grupo de mujeres y se evidenció que el 73.8% de ellas estuvieron de acuerdo con que las mujeres que se visten provocativamente están exponiéndose a que les falten el respeto en la calle y un 51.6% a que una mujer que recibe un piropo bonito de un desconocido en la calle debería sentirse halagada.
En síntesis, podemos observar que la posición de la mujer dentro de su cultura es construida en función de los mandatos y del sistema de género de la cultura a la que pertenece. Es importante acabar con las situaciones de sumisión, cosificación y dependencia que hasta el momento han estado sufriendo. Pero nada de todo esto es posible si no comenzamos a educar en igualdad. La educación es fundamental desde los centros educativos, dónde generaciones más jóvenes comienzan a socializar. Evitar alimentar el sistema patriarcal en el que convivimos, donde la mujer es vista como un ser inferior desde su socialización.
El machismo interiorizado en las víctimas como problema del acoso sexual
En esta imagen podemos apreciar comentarios machistas de una madre